miércoles, 15 de septiembre de 2010

Una noche a las diez de la mañana

Te encontré a la hora en que todo cierra y nada abre, pasada ya la ahora de los torpes, en una calle de Madrid.No nos conocíamos pero llevábamos tiempo buscándonos.Nos ahorramos discursos de Platón, Neruda, Cohello y un buen puñado más de filósofos y escritores que dedicaron su tiempo a la teoría del amor y no a la práctica.Enseguida comenzamos a empapar nuestros cuellos con el vaho del aliento.A dedicarnos sonrisas de doble filo.Apretamos nuestra desnudez con las manos como garfios para que no se escapase ni un solo vello de nuestra entrega.Nos cosimos las heridas con la lengua y rebañamos el sudor que quedó en las sábanas de la habitación.Madrid perezosa empezaba a despertar con su ruido de autobuses y cierres metálicos de las tiendas. Tu tenias que trabajar y yo también por eso fue tan corto pero intenso.No dijiste tu nombre yo tampoco el mío, ni hubo intercambio de números de teléfono.Tampoco hubo abrazos en la despedida, sólo un par de besos fríos de nevera y envueltos para llevar. Pero que mas da si memoricé cada poro de tu piel sabiendo que no te volvería a ver.

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